El mar estaba cerquita y su olor impregnaba el aire. Fumaban sentados en la arena, entre los botes. Me ha puesto triste». Daba envidia ver todo tan limpio y ordenado. A la izquierda estaban las dependencias, hangares, oficinas, y, al fondo, la pista. Hicieron chocar sus tacones, en el umbral, y avanzaron hasta el centro de la pieza.
Una joven de carita larga y respondona, muy seria. Los observaba con unos ojitos grises y acerados, sin el menor asomo de bienvenida. Inscrito en la clase de Usted no, por lo visto. Bueno, es problema suyo. Hizo una pausa. Yo mismo lo he averiguado. Era introvertido, no hablaba con nadie de sus cosas. Las familias de los oficiales. No las de los avioneros ni las de los clases. Un racista de mierda.
Eso es lo que era: un racista de mierda. La muerte de ese muchacho ha provocado malestar en todo Talara. Estamos algo perdidos y por eso exploramos cualquier indicio que se presente. No es para tomarlo a mal, mi Coronel. Se puso de pie, con rapidez, dando por terminada la entrevista. Ya he elevado el informe debido a la superioridad. Afuera, se calaron los quepis. Una hora de caminata, por lo menos, sudando la gota gorda y tragando tierra.
Nunca he conocido a un tipo tan malagracia. Le juro que nadie me ha hecho tragar tanta saliva amarga como este calvito. Tienes mucho que aprender. Fue una entrevista de la puta madre, te aseguro. Fuimos nosotros los que le hicimos pasar un rato horrible. Suban, los jalamos.
La camioneta estaba llena de latas de aceite, botes de pintura y brochas. La culpa del mal humor que se gasta la tiene su hija. El Teniente y Lituma se bajaron. Entonces no le llevo plata y entonces me pega de nuevo. Yo trato y es por gusto, no entiende.
Ellos ganan siempre». Haga algo, porque, si no, le juro, alguien se lo va a cargar. Porque yo no tengo autoridad sobre los aviadores. Si fuera un civil, con mucho gusto. Algo me huele raro. Era primitivo y endeble, con su suelo de tierra regado a diario para que no hubiese polvo y un techo de calaminas sueltas, que chirriaban con el viento.
Lituma arrastraba sus botines por la tierra blanda casi sin levantarlos. El Teniente fumaba. Pero me la vio. Pasen, pasen. La gente viene a divertirse, no a que la insulten o la meen. Bastante joven, delgado, moreno, el pelo cortado casi al rape. No le quitaba los ojos. Lo vio tomarse la copita de pisco de un trago y pedir otra. A la tercera o cuarta comienza el show. Lo espiaba por sobre las cabezas de las parejas que bailaban a los compases de una radiola a pilas.
Lituma vio que el Chino Liau le indicaba con las manos que se quedara tranquilo. Como lo oyes. Y varios domingos, en misa. El tenientito estaba encaramado en el mostrador, con una botella de pisco en la mano, en actitud de quien va a pronunciar un discurso. Vino a acuclillarse junto a Lituma y el Teniente Silva. Hubo una salva de risas. El Teniente Silva se puso de pie: —Ahora es cuando, Lituma. Cruzaron la pista de baile. Resoplaba, atolondrado. Lo cogieron de los brazos y lo incorporaron. Babeaba, hasta el cien de borracho.
Pero se mantuvo tranquilo, sin hacer el menor intento de zafarse de sus brazos. Lo arrastraron unos cincuenta metros, por un arenal con matas de hierba reseca, hasta una playa de grava y arena. Lo reclinaron en el suelo y se sentaron a sus lados. A Lituma le vinieron ganas de acurrucarse en la arena, taparse la cara con el quepis y olvidarse de todo. Lo agresivo de su voz no congeniaba para nada con la docilidad de su cuerpo, blando y sinuoso, apoyado contra el jefe de Lituma como en un espaldar.
El guardia espiaba a su jefe. Por eso andas medio loco. Lituma estaba sudando. Y no llores. Me ha prohibido verla. Y ella tampoco quiere verme, carajo. En el resplandor lechoso de la luna, el guardia vio su cara embarrada de mocos y babas. Ayudarte es lo que quiero.
Ni por el Coronel Mindreau, tampoco. A todos los padres les duele que sus hijas se les casen. No quieren perderlas. Era como si se le hubiese pasado la borrachera. Por lo menos, algo. Anda, siquiera eso. Esas cosas se pagan. Lituma lo vio gatear, ponerse de pie a medias, derrumbarse y quedar a cuatro patas. En las noches y a escondidas.
Ahora te toca. Por picar alto, por meterse en otro corral. El aviador tuvo otra arcada. Ustedes tienen sus fueros, sus prerrogativas, se juzgan ustedes mismos. Era una enfermedad, pucha.
En ese momento, Lituma se dio cuenta que se acercaban unas sombras. Eran seis. El que mandaba la patrulla dio una orden y las siluetas se acercaron.
Lituma y el Teniente Silva los vieron desaparecer en la oscuridad. Terminaron de fumar sus cigarrillos, absortos en sus pensamientos. El Teniente fue el primero en levantarse, para emprender el regreso.
Desde el portero hasta Mindreau. Caminaron un buen rato en silencio, por una Talara dormida. Date una vuelta por la playa de los pescadores. Pero, si estuviera en la playa, anda a avisarme a la fonda. Puede que no.
Pero nada se pierde intentando. Son mis dos metas en la vida, Lituma. Anda, anda de una vez. Preocupada, Lituma. Es muy porfiado y no puedo convencerlo. Se equivocaron, ya ves. Ha durado y, con todo, nos hemos llevado bastante bien. Hubo un silencio. Si usted lo oyera. No habla de otra cosa. Ni siquiera mira a las otras mujeres. Puro capricho, Lituma. Ni tonta, Lituma. Yo soy una madre de familia, Lituma. Lo tengo metido en la cabeza desde que lo vi en el pedregal.
A veces, me dan pesadillas. Espero que esta noche no. One thing I found particularly interesting was how somewhat similarly to the way that in the Andrea Camilleri series of Montalbano stories where often what looks like a mafia-related crime Shelves: latin-american, novel, peruvian-literature, fiction, crime-mystery, 20th-century, mystery.
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The very politically correct will have trouble with Lieutenant Silva. The Nobel committee may have looked away from the juvenile humor herein when they awarded Vargas Llosa their annual prize. But, given their recent track record, maybe not. I'm learning that Vargas Llosa recycl This wonderful detective novel takes place in Peru in the fifties.
A young avianist is found murdered near an Air Force base in the desert of northern Peru. Lieutenant Silva and Officer Lituma must conduct the investigation. In the absence of a patrol car, the police must press a local taxi driver to take them to the scene of the crime. Although their superiors are indifferent and the commanding officer of the air base opposes them, Silva and Lituma are determined to discover the truth.
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Who Killed Palomino Molero, an entertaining and brilliantly plotted mystery, takes up one of Vargas Llosa's characteristic themes: the despair at how hard it is to be an honest man in a corrupt society. Copyright Reed Business Information, Inc. This book takes you to experience corruption, love, agony. Me invita a ver y resulta que se lo ve to- do solito, mi Teniente. Mira rapidito. No quiero que te me envicies. Es de tenientes para arriba solamente.
Tal vez. Yo, en cambio, la estoy viendo como se pide chumbeque. Y, si quieres saberlo, te puedo decir que sus pendejos son — crespitos como los de una zamba. Estaba entierrada de pies a cabeza. Casi sin busto y con las caderas estrechas, era lo que su jefe llamaba, despectivamente, una mujer—tabla. Sabe todo lo que han estado hacien- do.
Hormigueaban grupos humanos en la playa. Caminaban despacio, los tres en una misma fila—. Ustedes ni me sintieron. Los estuve oyendo decir todas esas lisuras y ustedes en la luna. La muchacha no dijo nada. Se quedaron observando a la muchacha, sorprendidos de verla con ellos. No por culpa de Lituma, en todo caso. Era el comienzo del atardecer. Claro que no sabe. Se lo agradezco, de veras. Alrede- dor de ellas, los colmillos afuera, brincaban unos perros, esperando los residuos.
Ni el Teniente ni la muchacha se volvieron a mirarlo. Atravesaban un grupo de viviendas a medio cons- truir, algunas sin techo, otras con las tablas de la pared a medio colocar. Comenzaba la marea alta, pues. Recuperar la guitarra de su hijo. Estuvieron callados de nuevo durante un buen rato. Claro que no es de la misma clase que usted o que el Coronel Mindreau.
Estaba desconcertado e intrigado. Era un cine sin techo ni sillas, al natural. Una pieza. Se portaba como gente decente. Y bailaba muy bien. No, imposible. Al mismo. El Teniente piaba como una avecilla. O sea que era chifladita. Medio locum- beta, medio tarada. Desde la fiesta de Lala Mercado. Unos churres con hondas estaban acribillando a hondazos al gato del Chino Tang, el bodeguero.
El gato maullaba, aterrado, corriendo de un extremo a otro del techo de la bode- ga. Pode- mos convidarle una gaseosa o un cafecito. Era ya de noche. La chica esperaba, quieta, junto a la puerta. Una voz borrachosa canturreaba, lejos, algo sobre Paita. Tuvo susto. Mario Vargas Llosa del mar de Paita. Buscaba una mujer compasiva que le chupara el veneno. Era como si Alicia Mindreau estuviera cayendo en una trampa. A Richard. Si un hombre quiere mucho a una hembrita, es celoso.
Los celos perturban el juicio, no dejan razonar. Igualito que los tragos. Con un poco de suerte y una buena defensa, puede. Yo lo odio. Yo quisiera que le pasaran las peores cosas. Se lo digo en su cara todo el tiempo. Si de veras me odias tanto; merezco que me mates. Por favor. Yo ya soy una persona grande.
Se lo digo con sinceridad. Pero eso de ena- morarse es asqueroso y lo nuestro no lo era. Alicia Mindreau no dijo nada.
Estaba prendiendo un cigarro—. Hizo lo que hizo y, medio loco de susto, de arrepentimiento, fue donde usted. Llorando: «Soy un asesino, Alicita.
Porque, claro, un yerno asesino era tan impresentable como un cholito de Castilla y, de remate, avionero. Bueno, tengo la historia completa. Ahora estaba seria de nuevo, sentada muy tiesa a la orilla del asiento,, con las rodillas juntas.
Sus bracitos eran tan delgados que Lituma hubiera podido circuirlos con dos dedos de una mano. Y, sin embargo, era una mujercita.
En la interminable pausa, el zumbido de los insectos se hizo ensordecedor. Ahora hablaba sin dramatismo, como chismeando con amigas—. Como si no estuviera seguro de que los dedos le fueran a responder.
El amor no tiene fronteras, dice. La sangre llama a la sangre, dice. El amor es el amor, un huayco que arrastra todo. Quisiera que le pasaran las peores cosas. Que ni siquiera me quieren miraaaar La muchacha se puso de pie: —Ya me voy.
Se me ha hecho tarde. Se asusta cada vez que me demoro. Pero esta vez sin sarcasmo, sin ofensa. Pero la duda atormentaba a Lituma y a cada segundo se daba respuestas contrarias. El oficial y el guardia permanecieron en el mismo sitio, callados. Lo vio calarse el quepis—. Vamos de una vez, Lituma, a llenar la panza. Salieron, cerrando la puerta del Puesto. La luz azulada del cielo iluminaba clarito la calle. Caminaron en si- lencio, respondiendo con las manos y movimientos de cabeza a las buenas noches de las familias congregadas en las puertas de las casas.
Cambiaron venias y sa- ludos con ellas, pero el Teniente Silva y Lituma se sentaron en una mesa aparte. Mamacita rrrrica. Y ahora ni La Raspa, carajo. Que por una vez se haga justicia y no resulten ganando los que siempre ganan. Usted lo sabe tan bien como yo. Los peces gordos. Fue la hija del Coronel Mindreau. Estoy tratando de distraerte un poco, porque te veo demasiado asustado. Un guardia civil debe tener unas bolas de toro, hombre. No me lo niegue. Parece que cada vez que eructa una mosca te cagaras en los panta- lones.
La prueba es que estuvieran en este sitio, a esta hora. Vieron a los hombres de las bar- cas preparar las redes y aparejos y hacerse a la mar. Claro que lo estaba, aunque tratara de ocultarlo diciendo chistes. Lituma no apartaba un instante los ojos de las manos del Coronel Mindreau, pero el resplandor de la luna no llegaba hasta ellas.
O quedan en el misterio para siempre. Era un hombre bajito, al que Lituma le llevaba por lo menos media cabeza. Respondiendo a su pregunta, no, no creo que me asciendan por haber resuelto el caso. El motor arranca- ba, ruidoso. En el trayecto hacia el pedregal, los avioneros, para halagar a su jefe, apagaban sus puchos en los brazos, el cuello y la cara de Palomino Molero.
Pero nos dio a entender que usted Se dio cuenta que temblaba de pies a cabeza. Ah, que llegara un pescador, que algo interrumpiera esta escena. Hubo una larga pausa. No la curaron. Me lo explicaron con la crudeza de los gringos. Su problema es usted. La causa es usted. Que usted la maltrata, que usted es avaro, que usted la atormenta, que la amarra a la cama, que la azota. Para vengar a su madre.
Hubo un largo silencio. Ahorcado, quemado con cigarrillos y con un palo ensartado en el culo. Se lo pregunto por- que, sencillamente, no lo entiendo.
Al principio, no.
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